Ella levantó la vista de los documentos que andaba revisando, y la fijó en él. Él, ajeno, seguía leyendo, con sus manos firmes sujetando el libro, y mientras sus labios se fruncían en una divertida mueca, mueca que a ella siempre le había parecido encantadora. Él levantó la mano derecha y la pasó un instante por la barba, castaña, medio tupida, desinteresada pero estudiada. Era un hombre realmente guapo. Atractivo. Interesante. Cautivador.
Él levantó la vista del libro y la descubrió mirándole. La miró y la sonrió, con esa sonrisa de medio lado que todas deseaban pero que él reservaba para ella.
- ¿Todo bien amor?
- Sí, cielo, todo bien.
Le sonrío tímidamente y volvió a concentrarse en los documentos. Debía presentar el informe al día siguiente y aquello era lo realmente importante. Las palabras se confundían, las líneas se mezclaban, las ideas se escapaban. Su mente, su cuerpo, su corazón, su alma, no estaban allí. No estaban en aquél hermoso salón. No estaban sentados en el sofá, al lado del sillón en el que su atractivo marido, relajado, leía. No, todo su ser estaba en aquel instante, en aquel segundo, en aquel momento, en aquel beso.
Levantó la vista, miró a su marido.
- Te quiero. - le dijo con la voz entrecortada.
Él la miró.
- Yo también te quiero.
Ella dejó los documentos en el sofá, se levantó y se dirigió a la cocina, con la culpa atormentándola, con las lágrimas acudiendo irremediablemente a los ojos, pero con la pasión en el corazón, encendiéndola con más fuerza de la que ella misma podía prever.
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