lunes, 16 de mayo de 2016

Opinando sobre... Corazón que Miente. El final.

No puedo empezar este post de otra forma que no sea expresando mi asombro con Pablo Lyle, ¡aplausos para él! Si en La Sombra del Pasado me gustó, en Corazón que Miente me ha impresionado, ¡qué capítulo final se marcó! Lloros comedidos y en su justa medida, sobreactuación cero, intensidad adecuada a cada momento, sonrisas sinceras, rabia necesaria, ¡qué guiños de ojo! De verdad que mis respetos. Si hay justicia actoral poco tiempo estará en las novelas y caminos nuevos emprenderá. Claro que si los dioses noveleros hacen de las suyas, para beneplácito de quienes disfrutamos de este género, será el protagonista de referencia, aunque creo que poco le queda para poder hacer cualquier papel que se proponga a la perfección, y un buen villano sería de agradecer en él.

Normalmente cuando comentó acerca del capítulo final de una novela, siempre lo hago destripando y comentando las cosas lógicas o sin sentido, pero este en concreto me ha dejado poca tela que cortar, aunque siempre algo de tela hay. Matizo que el hecho de no tener mucho que destripar, que no me hayan sangrado los ojos con algunas escenas, que no me haya dado por la risa floja como con Pasión y Poder (¡y ya estoy otra vez!) no significa que haya sido un final magnifico, maravilloso, inolvidable, abrumador, imprescindible, innovador, y bla bla bla, sino que he visto un buen ritmo en el conjunto -si bien es cierto que a la mitad del capítulo se comenta que a un caracol le hubiese dado tiempo a dar la vuelta al mundo en comparación-. Me sorprendió que no se tratase de un final lento y somnífero en el inicio para luego ir amontonando las escenas de interés al final como los plátanos en el supermercado, y eso es de agradecer.

Eso sí, ¿qué fue ese momento de Leonardo agonizando (era de esperar que acababa muriendo...), incorporándose en la cama, extendiendo la mano mientras llamaba a Lucía? Soy yo uno de sus familiares y de primeras le pregunto si está tonto, y de segundas le pido a los doctores que dejen de dar la medicación que suministran a sus pacientes que los hacen flipar un poquitín. ¿O es que la actuación de Diego Olivera no terminó de convencerme? O tal vez como yo vi Laberintos de Pasión, pues ya me perdonen los fans de Olivera, pero donde esté César Évora -en cualquier papel- que se quite todo el resto. Siguiendo con Leonardo, muy bonito eso de dejar a su-hijo-recién-encontrado-primeramente-odiado-pero-ya-como-que-no y a la musasa-que-crió-que-en-principio-amaba-pero-que-en-segundo-y-medio-ya-no con bendición incluida, pero hombre, decir que fue tu hija cuando dos días para atrás le estabas comiendo la boquita y le decías que andabas en el enamoramiento con ella, pues mucho sentido no tiene se mire por donde se mire. Y ya lo siento, pero la escena de Carmen hablándole a Leonardo ya difunto, pues como que no me llegó... Muy bonita y adecuada sí, pero carente de emoción, me quedo con Alonso despidiéndose de su recién estrenado papá. Ahora bien, si me tengo que quedar con una escena de este final, me quedo con el último vis a vis de Alonso y Demián -matizo que por Lyle, aunque seguro que esto no hace ni falta, la obviedad no necesita matización-.

De los malos malosos: Rogelio muere, pues sí ya bastante tuvo previamente con lo de la cara a lo Fantasma de la Ópera (que por cierto no ha sido uno de los mejores trabajos de caracterización del mundo novelero en Televisa), o tal vez no; Demián tetrapléjico y la enfermera explicándoselo como quien explica la receta de una tortilla de patatas o a un paciente cuando lo que tiene es un juanete; Renata-Mireya sin piernas muy bien, mejor Dulce María dedicada a las villanías en novela que a la cantada (my opinion, chears); Rafaela como prosti barata... ¿Pero qué clase de amigos tiene la secretaria de la empresa? Como para despedirla, miedito; Eduardo en la cárcel con visita de ex mujer incluida, si se los hubiesen ahorrado a ambos, pues mejor, somnolencia.

De otro lado, la cartita de Leonardo hablando del papi recién aparecido de Mariela, pues maravillosa y estratégicamente colocada por alguien que no sabía que iba a fallecer; bello personaje de Helena Rojo como abuela nada tonta y alcahueta, aunque ese color fucsia-violeta de los ojos era too much, parecía que la maquillaba un pintor de brocha gorda; y ¿por qué, por qué, por qué las parejas gays no se dan nunca un beso en una novela de Televisa? ¡Son pareja! Y como en todas las parejas de que hay besos, los hay. Esto no pasa el filtro del Comité de Bla Bla Bla, pero sí lo pasan las violaciones, los asesinatos, los maltratos. Sí, todo muy normal.

Y otro por qué, por qué, por qué: ¿por qué, por qué, por qué hay que terminar una novela con una boda? ¡Qué manía! Aunque habiendo elegido la pieza de Bach elegida, no puedo objetar nada, me tocaron la fibra, me llegaron al corazoncito, lloré: me ganaron. Historias personales que tiene una con ciertos clásicos. Y ya si hubiesen dejado la canción de la novela sólo a violín como la empezaron, sólo a un instrumento, hubiese sido brutal.

En definitiva, refrito de refrito sí, es la quinta (¡quinta! que se dice pronto) ocasión que se lleva esta idea a la pantalla novelera, pero hay que darle una buena nota, por lo menos a este final. Eso sí, ¿para cuándo un poco de originalidad en Televisa?



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