Después de casi un mes sin escribir en el blog, no por falta de ideas sino más bien por falta de tiempo, hoy vengo a escribir nuevamente sobre Yo no creo en los hombres. Tenía unos cuantos post con los que "regresar", pero después de haber visto los capítulos que nos vienen regalando desde esta producción de Giselle González, no he podido evitar escribir acerca de la misma, aunque antes de escribir una línea más, primeramente, me quito el sombrero y les aplaudo de pie.
Los capítulos emitidos la semana pasada han sido un regalo, un regalo dentro de un regalo, un regalo que esta novelera española ha degustado de una sentada, sin parpadear y con un paquete de pañuelos como única compañía. Lo cierto es que, desde el primer post que escribí sobre Yo no creo en los hombres, en el que le plasmé algún defectillo que otro , mi enamoramiento con ésta ha ido in crescendo, y es que, ¿puede haber en la parrilla novelera mejor producción que ésta? Ni remotamente. Qué dirección, qué actuaciones, qué escenas, qué libreto... Hasta las historias secundarias son de interés, bien llevadas, compensadas, sin agotar, sin crispar por llevarse el protagonismo de la trama principal, con la excepción de la relación Ivana-Gerry que me aburre soberanamente, pero eso puede que sea algo muy personal. Y eso sí, no todo pueden ser elogios, menos aún ante una entrada tan poco agradable, cuán fantástica es la originalidad, pero cómo pierde cuando se trata de una entrada que más bien resulta un híbrido entre una entrada de serie de los años sesenta mezclada con proyecto de segundo de carrera, ahí ni la originalidad la salva.
Entrando más en lo que a los capítulos de esta semana se refiere, tengo que hacer un apunte jocoso, lo que no obsta para que sea totalmente cierto, en cuanto a lo que al gasto en vestidos de novia lleva esta producción, que me preocupa sobremanera, suerte tienen de que Adriana Louvier como novia se vea divinamente, y sin obviar lo divino de la escena del vestido de novia ensangrentado abandonado en el banco de los reparos; ¡pero es que ya son tres vestidos! Así que para el final, apuesto más por una boda en la playa, con un Maximiliam y una Mariloli solitos, porque ya me perdonarán, pero una cuarta boda ya sería rizar el rizo, y un pequeño cambio, un girín, sería fantástico, toda vez que intuyo el secuestro de María Dolores por parte de Daniel, por lo que esperemos que en algo me den la satisfacción de lo inesperado o diferente. Aunque este anhelo de girín en el final de la novela, no me quita el babeo continuo que padezco cada minuto que paso viendo un capítulo de Yo no creo en los hombres, y ya no sólo con Adriana, de la que me declaro fan absoluta, sino con todo lo que hay a su alrededor. Un claro ejemplo de mi babeo ininterrumpido es Flavio Medina que me tiene embelesada con lo excelente de su actuación en todo momento, en cada segundo, desde las escenas complicadas hasta algo tan sencillo como su manera de sentarse en el sofá. ¿Y qué decir de la química que tienen ambos? Si bien es cierto que, parece ser, en esta producción tiene química hasta el apuntador con el técnico de sonido, lo que es una alegría, una autentica delicia, y es que, a cuántas producciones les falta algo tan sencillo, pero a la vez tan sumamente importante, como la química.
Preciosa la última conversación a modo de despedida entre María Dolores y Julián, tan tiernos, tan sinceros. En cuanto al disparo accidental, lo cierto es que se veía venir, porque mi querida Mariloli, si no sabemos de armas, mejor no coger un arma, mejor un jarrón o un cuchillo, y nos aseguramos de que no se nos escapé un tiro; o bien disparamos directamente a una pierna, que hay legítima defensa. Añado que la muerte de Julián produjo en mí una pena de esas de sécate la lágrima que no vas a poder ver lo que queda de capítulo, y hasta el final defendiendo a la mujer amada. Eso es amor y lo demás tonterías, amar sin esperar nada a cambio, sin rencor, sin reclamos y hasta el último suspiro. Igual de maravilloso que el amor entre Maximiliam y Mariloli, como la química entre Louvier y Soto, si bien no nos hagamos los tontos, o más bien las tontas, hombres como Max más bien pocos, de los que dicen que haberlos haylos, pero yo me temo no haberlos encontrado en el devenir de la vida, ¡ay Mariloli cuál fortuna! Que hermoso el reencuentro entre los dos en la cárcel, llorando a lo Cataratas del Iguazú me hallé.
Hablando de la cárcel, cárceles como esas no son ni medio normales, en los países menos desarrollados y claramente violadores de los derechos humanos puede, que esas celdas parecen el camarote de los Hermanos Marx. ¿Y la conocida como "la abuela"? Ese especial interés y cuidado para con Mariloli me ha dejado totalmente intrigada, además, cómo vive la señora, me recuerda a los políticos que entran en la cárcel por robar el dinero público y que disfrutan de privilegios sin parangón. Es en la cárcel precisamente dónde se produjo un final de viernes de los que causan lo que todos los finales de viernes deberían causar, ansiedad. Ansiedad por ver el capítulo del lunes, ansiedad por saber qué pasará. Porque entre Maximiliam llore y llore y Daniel con su visita, amén de ese golpe en la tripa de Mariloli con desmayo incluido, que me da a mí que supondrá la pérdida del bebe, me quedé sin palabras, y eso es tan difícil en mí, que cuando pasa sólo puedo concluir que mis expectativas están más que cubiertas. Si bien para la absoluta perfección deberían haber obviado la escena de los amantes de Teruel, tonta ella tonto él.
Por otro lado, que maravilla los giros a los personajes de Ivana, que ha pasado de estar cucú a querer hacer justicia (sólo esperemos que no vuelva a su estado cucú repentinamente) y Honoria, aunque lo cierto es que, en este caso, no se trata tanto de un giro sino más bien de una actitud acorde a su personaje, que primero culpó a su marido por la enfermedad de su hijo y ahora asevera que María Dolores tenía el arma para matar a su hijo, apuesto por otro personaje en estado cucú. Y qué decir de Azela Robinson, además de que está soberbia, pues que me río con ella, que disfruto de su Josefa, tal vez debería tenerle cierta tirria al personaje, pero me es imposible ante semejante actuación de Azela, en todos los sentidos es brillante, añadiendo que se veía bien guapa antes de que la amargura se apoderase de su alma; moraleja, a menor amargura mayor guapura.
De todo lo visto en los capítulos de esta semana lo que aleja a Yo no creo en los hombres del sobresaliente sin peros es la escena momento de la verdad Isela-Claudio, con esa Alma y su oreja al acecho, en la que me falto algo, no sé, la vi que ni chicha ni limona'. Si le hubiesen agregado algo de enfado, de drama, de tensión, de locura, de amargura, algo de sangre en las venas en definitiva, hubiese estado mejor, y es que, si no llega a ser por la bofetada de Alma a Claudio en el hospital, pensaría que esa conversación no se ha producido. Si bien después de la bofetada otra vez me quedé con ganas de más, con una Alma con algo más, sobre todo al enterarse del embarazo de Isela, que por supuesto tenía que producirse, y es que lo normal es que cuando un hombre es infiel a su mujer, a la que no tiene intenciones de dejar, no tome precauciones y vaya regando hijos por ahí. ¿Y qué es eso de que Claudio le contó la verdad a Alma? ¿Qué me perdí? Porque de acuerdo a lo que yo vi, pantalones para contar verdades como puños en Claudio, más bien inexistentes. ¿Y esa relación de Alma con Isela? Personalmente no me parece muy lógica o normal, una cosa es ayudar a alguien y otra rayar la obsesión, aún después de saber toda la verdad, le veo falta de realismo.
Para finalizar, dos pequeños apuntes sobre Gabriel Soto, del que creo está haciendo el mejor papel de su carrera con un Maximiliam sencillamente divino. De primeras, cuando se coge a alguien del suelo que se encuentra desmayado, no es recomendable hacerlo del cuello, que casi se nos abre la cabeza Fabiola Guajardo, pero de verdad; y de segundas, aprovecho para pedir, así al aire, que no dejen que Soto le de puñetazos al decorado, que se lo carga, recordemos ese momento enfrentamiento Max-Claudio y el puñetazo en la pared. Y un pequeño apunte extra para cierto miembro de la producción: cuando se escribe en redes sociales se corre el riesgo de que todo el mundo te lea, por lo que, me gustaría, desde aquí, recordar que antes que mariposa se es oruga, y que todos tenemos un principio. Mejor no menospreciemos a los demás, no vaya a ser que un día una oruga acabe siendo una mariposa mucho más bella que tú y dejen de admirarte, o lo que es lo mismo, te acaben quitando el puesto.
Después de todo lo dicho, sólo me queda decir que, si las novelas rosas a aparecer en la pantalla de esta novelera, a partir de ahora, son de la calidad, de la magia, del encanto, de esta Yo no creo en los hombres; dadme bien de rosa, dadme bien de azúcar.
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