Me habían llegado buenas opiniones sobre esta novela, que ya lleva 67 capítulos y con la que, poco a poco, me voy poniendo al día. Lo visto de Yo no creo en los hombres me ha gustado, no para echar cohetes, pero me ha gustado, porque hay que reconocer, historia aparte, que la novela está muy bien realizada y todos los capítulos mantienen el interés, lo cual es difícil, y de agradecer como novelera.
No pude evitar encontrarle algunos defectos a su primer capítulo, y obviamente, le iré encontrando más. Aunque por supuesto también le encontraré sus virtudes, como ya le he encontrado alguna en los pocos capítulos que, de momento, he podido ver. Volviendo al primer capítulo, la novela empezó con un absurdo, y es que ¿a quién se le ocurre probarse un vestido del lugar de trabajo sin permiso de los superiores y luego hacer la gracia de enseñárselo a las compañeritas? Además, por supuesto, tiene que haber un jefe abusador y acosador, no con una, sino con todas las empleadas, que obviamente intenta violar a la susodicha, a la que por supuestísimo nadie cree y por ende, acaban despidiendo. Típico estereotipo de novela que hace ver a la mujer como mensa y estúpida. Porque lo lógico, lo que debería ser es que, si un jefe te acosa, demandas, más aún cuando es a toda la plantilla de trabajadoras, ¿qué van a hacer? ¿Despedirlas a todas? Y no nos olvidemos, que estamos en la era de las tecnologías, un móvil bien colocado, un par de grabaciones bien hechas y ya tienes las pruebas. Será que me puede la abogada que llevo dentro, será. Pero vamos, ya que a tantos se les llena la boca diciendo que las novelas educan, aquí hay un claro ejemplo de como "educar" a las masas, un poquito de cabeza, de conciencia, por favor
Por otro lado, siguiendo con este capítulo, y la muerte del padre de María Dolores, la anteriormente mencionada como susodicha, uno debe preguntar siempre, siempre, siempre, quién llama a la puerta de su casa antes de abrir, o en su defecto mirar por la mirilla, claro que si la puerta es de cristal, sería más recomendable, directamente, dejar el dinero en el banco, que te pueden cobrar intereses, pero seguro que allí no te lo roba quién te puede acabar dando una puñalada; o en su defecto, guardar el dinero en tu propia casa y no en la del vecino, y, por supuesto, no contarle a nadie que lo tienes. Otra cosa en la que podrían dar esa educación de la que algunos tanto hablan. Eso sí, vaya empiece de novela más dramático, como se sea un poco sensiblón hay que tener un paquete de pañuelos preparado, que es ver a Louvier y llorar con ella.
En lineas más generales, a lo que a los actores se refiere, y en una primera aproximación, aprovecho haber mencionado a Adriana Louvier, para empezar con ella, y no puedo decir más que, me tiene fascinada, me la creo tanto que realmente sufro con María Dolores. Si bien es cierto que es una actriz que me encanta, y de la que estoy plenamente convencida, aún nos queda mucho por ver. No puedo olvidar, además, el hecho de que tenga química con los dos actores que le tienen que dar réplica romántica, osease, Gabriel Soto y Flavio Medina, es indiscutible, de mención, y de aplauso.
Hablando de Gabriel Soto y de Flavio Medina, de momento, del primero sólo puedo decir que correcto, veremos lo que tengo que decir de aquí en unos días; del segundo qué decir, pues que es sencillamente de enamorarse de cómo lo hace, es el malo más malo, pero, a la vez, el más molón del mundo mundial, aquí que cada uno lo interprete como quiera. La mancuerna que hace Medina con Rosa María Bianchi, su madre en la novela, es de diez, eso sí, a la señora podrían haberle evitado semejante boca de pato, con la que tiene hasta dificultades en el habla, aunque eso no quita para que esté muy bien en su papel.
Por otro lado, la actriz que hace de Isela, Fabiola Guajardo, me parece un pan sin sal, un personaje sin chiste, claro que si esa era su intención, si era lo que trataba de conseguir, felicidades, lo consiguió. Aunque, también es cierto, que pasa de pan sin sal a fantasma en las escenas que comparte con su madre Josefa, o lo que es lo mismo, Azela Robinson, que simplemente está impecable, incluso en sus tics, nada exagerados sino bien llevados acorde a su personaje. En contraposición a Fabiola está Eleane Puell, como hermana de la Louvier, muy adecuada, sencilla, tranquila en su actuación, bien por ella.
Con lo que respecta a la actriz que interpreta el papel de Maleny, Sophie Alexander, no le encuentro el punto, ni la gracia; ni en imagen, ni en actuación, ni en nada. Ya me perdonará, pero hay escenas en las que me recuerda a una pescadera anunciando que tiene el bacalao barato; además de que su química con Gabriel Soto es la misma que la de una blusa amarilla neón con unos pantalones verde lima, más o menos, la misma. Otra cosa ya son esos estilismos y ese pelo que le colocan, son de un quiero y no puedo, nada asociables a una persona que realmente tiene dinero, no se puede obviar que, normalmente, los peluqueros de postín hacen milagros. Otra actriz a la que no llego a encontrarle el punto es a Sonia Franco, en su papel de Ivana, porque además de haber engordado una barbaridad para este papel, lo cual se le aplaude, pues la vi un poquito estática, con cero química con Flavio Medina, aunque, extrañamente, a él sí le vi la mentada química, claro que Flavio, creo, podría tener química hasta con una piedra, no se necesita más que a él mismo.
Lo que me ha maravillado de Yo no creo en los hombres, y lo quiero destacar antes de finalizar, es el realismo estético, vamos, el cero maquillaje y peinados rebuscados para gente humilde y sin posibles, asimismo aplausos para Adriana Louvier que aparece sin problemas con ese maquillaje de "cara lavada", cuántas deberían aprender.
De momento, seguiré viendo Yo no creo en los hombres, novela típicamente rosa, aunque de vez en cuando algo de rosa no le viene mal a esta novelera.
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