sábado, 11 de octubre de 2014

Hablando de... Christian Meier ¡otra vez!

Hoy vuelvo a hablar de Christian Meier, eso sí, centrándome más en Esteban. Y lo hago, en primeras, porque me lo han pedido, ¡y me encantan las peticiones!, así que, a petición hecha, post escrito. Y de segundas, de segundas porque me encanta Meier en toda la extensión de la palabra encantar.

Como ya dije en el anterior post, no puedo negar que con Meier, como Meier, no puedo ser muy objetiva, y así se vio reflejado. Yo prometo que lo intenté, pero de que no lo conseguí, no lo conseguí. Y por lo tanto, reconozco que, en muchas ocasiones, he podido estar condicionada en la historia de La Malquerida a que era, precisamente Meier, el que interpretaba el papel de Esteban. Pero, después de lo acontecido en la novela en estos días, después de ver los derroteros por los que se ha ido la historia, no puedo evitar tener ganas de abofetear a Esteban. Si está sin camisa, mejor que mejor. ¡Qué me pasa!

Retomando, se entiende el devenir de la historia, se entienden los matices, las tramas, las subtramas, las idas y venidas, pero se entienden con lógica, con coherencia, con justificación. Así que, ¿de cuando acá de una pasión, correspondida, puede surgir una maldad? ¿De cuando acá la maldad brota como la mala hierba en el jardín? Ya me perdonaran los que piensan que sí puede ser, porque yo no lo creo así. Hubiese sido más que comprensible, aceptable y plausible ("aplaudible", vocablo) que Esteban hubiese ido adquiriendo ciertas connotaciones, ciertos tintes de maldad, desde el momento en el que empezó a sentir atracción por la hijastra, o, asimismo, se hubiese comprendido si esa maldad hubiese sido producto de un despecho tal como el casamiento de Acacia, o el rechazo continuado y asqueado de ésta, esto es, de un amor no correspondido. Pero dotar al personaje de maldad de la noche a la mañana no tiene sentido alguno acorde a los matices del personaje.

Desde el principio de la novela se nos presentó a un Esteban coherente, no bueno ni malo, coherente. Un hombre que, enamorado de su patrona, y a la muerte del esposo de ésta, hizo lo posible y lo imposible por salvar su patrimonio, así como por conquistar su amor (lo del asesinato de Alonso a manos de Esteban está metido con calzador...). Sucediéndose los capítulos, y ya con la aparición de Acacia, se nos dio a un hombre atormentado, tanto por la pasión como por la culpa, que no entendía ni quería entender lo que su hijastra despertaba en él. Lo que era del todo lógico, si difícil es enamorarte del novio de una amiga, ¡cómo no va a ser difícil enamorarte de tu hijastra! Pues se vea por donde se vea, difícil debe ser. Finalmente se vislumbró un hombre enamorado y decidido a dejarlo todo por la mujer amada, más aún sabiendo que ella sentía lo mismo por él. Y de repente, ya es malo. Y no un malo corriente como Danilo, que desde el minuto uno le detestas y así te quedas toda la novela, sino un rastrero, interesado, manipulador... ¡Ese no es Esteban! O por lo menos no es el Esteban que nos mostraron, que nos dieron, que nos brindaron, que nos regalaron, a detractores y a defensores.

Destruir así a un personaje lo único que hace es destruir la trama, destruir la historia, destruir, en definitiva, a La Malquerida. Qué gustazo hubiese sido ver como los personajes del triangulo, que debería haber sido lo principal de la trama, iban adquiriendo tintes de maldad, esa maldad que en el fondo todos tenemos. Esa maldad que nace de querer tener lo que se anhela, de poseer lo que se desea, de no perder lo conseguido. Pero no nos lo han dado, lo único que nos han dado ha sido a una Cristina ciega y mojigata, a una Acacia bipolar y niñata, a un Esteban atormentado y anhelante. Y yo ya perdí las esperanzas de que esto se componga, de que esta historia resulte ser lo que se creyó que iba a ser. Perdí las esperanzas de ver a un Esteban al que odiar y amar al mismo tiempo, al que no solapar pero entender, a un Esteban en definitiva, hombre. Un hombre enamorado de una mujer que es la hija de su esposa, un hombre que quiere a su esposa pero que entiende que nunca la amó, un hombre que lucha por lo que quiere pero también por lo que merece, un hombre con el que reír y con el que discutir, un hombre con el que llorar y con el que enfadarse, un hombre que no es santo ni villano, sino hombre, sólo hombre, con sus defectos y sus virtudes. Pero al final, todo se quedó en agua de borrajas (expresión española que se usa cuando algo de lo que se esperaba mucho se queda en nada), y yo detesto el agua de borrajas.

Yo expongo mi opinión, yo me quejo, yo doy visos de mi malestar, yo doy muestras de mi inconformidad... Pero no puedo negar que, mientras Meier siga siendo Esteban, yo seguiré viendo a Esteban en La Malquerida. Qué le vamos a hacer, cada una tiene sus debilidades.

2 comentarios:

  1. Yo tampoco entendí ese drástico e injustificado cambio en este personaje, de unos capítulos para acá, Acacia huye de él como de un acosador o psicópata y no de la atracción que siente. Pueden decir que con Victoria Ruffo no hubo química, pero fue durante las escenas con ella que mostraron al público ese Esteban por el que muchas suspiran, de hecho yo las escenas que más recuerdo son la pelea entre Cristina y él a causa de Acacia, la escena cuando se reconcilian al enterarse de que ella estaba embarazada, se veía un hombre enamorado, cómo pudieron cambiarlo injustificadamente a gigolo? El asesinato de Alonso me pareció interesante, pero al poner que él ya sólo usa a Cristina, no entiendo qué van a hacer con ese asunto. Me gusta mucho que alguien se toma el tiempo para comentar su opinión a pesar de lo que eso puede significar. Saludos desde México

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    1. ¡Gracias! A mi me gusta opinar, y me encanta que me leáis y que os parezca, aunque sea un poco, interesante lo que escribo.

      Saludos desde España

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